La humildad puede ser un reto difícil para algunos creyentes, y es que la altivez, puede presentarse de diversas maneras. Se puede manifestar al ser despectivos, pensar mejor de uno que de otros. Y puede sucedernos sin darnos cuenta. Podemos sentir que somos mejor portados, mejor informados, y así nos atrapa la arrogancia.

“La arrogancia va delante de la destrucción; la humildad precede al honor.” Proverbios 18:12 

Pero, también se puede presentar la altivez siendo silentes ante eventos, guardándonos los dones que Dios nos dio y no responsabilizándonos por nuestras tareas. Dios nos ha encargado llevar las buenas nuevas al mundo entero. Si no lo hacemos, también puede ser porque nos dejamos atrapar por la altivez.

No sientas que ya has hecho suficiente

Es posible que sintamos que no tenemos por qué hacerlo. Que ya hemos hecho suficiente. Cuando tomamos conciencia real, de todo lo que sufrió Jesús por nosotros, deberíamos entender que nada es suficiente. Y aunque no nos exige nada a cambio, más que creer en Él y darle un lugar especial en nuestros corazones.

“No sean egoístas; no traten de impresionar a nadie. Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes.” Filipenses 2:3  

Cultiva la humildad

La humildad no es humillarnos, pero si es ponernos en el lugar o contexto adecuado. Es buscar la verdad de quiénes somos en la luz, de saber quién es Dios y cómo nos ama. Perseguir la verdad y aferrarnos a ella, poniendo primero a Dios y las necesidades de otros es un acto de noble humildad.

No nos dejemos arrastrar por esas maneras de sentirnos mejores o superiores. Eso nos llevaría también a juzgar a otros y jamás olvidemos que solo Dios tiene derecho de juzgar. Todos cometemos errores. Ninguno es perfecto y debemos cultivar la humildad y el honor.