Qué duro imaginarnos el gran sufrimiento de Jesús en Su humanidad, el terror que debe haber experimentado al saber cómo iba a morir. Fue tal su visión y seguridad de lo que iba a suceder, que acudió al Padre por un indulto, pero no le fue dado.
Entonces se separó de ellos a una buena distancia, se arrodilló y empezó a orar:«Padre, si quieres, no me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya». Entonces se apareció un ángel del cielo para fortalecerlo. Lucas 22:41-43
Ahora, pensemos en el inenarrable dolor que Dios tiene que haber sentido cuando ¡tuvo que negar ese indulto a Su único Hijo! Verlo separarse de Él al momento de morir, luego de haberlo sentido sufrir toda la tortura física, mental y emocional.
¡Si nosotros que no amamos tanto como Él, hemos sufrido por los pesares de nuestros hijos! Definitivamente lo que Dios y Jesús sufrieron ese día, nos conmueve hasta lo más profundo; además, por la injusticia terrible que cometieron con Él y la manera como lo vejaron y maltrataron.
TANTO NOS AMÓ QUE NO IMPORTÓ NO OBTENER EL INDULTO
Pero tanto nos amó, que lo hizo. Entregó Su vida para darnos vida eterna a nosotros, quienes creamos en Él. Dio todo y más por el gran amor que siente por la humanidad. Lo hizo por ti, lo hizo por mí y por todo el que llegue a creer en Él, para que pasemos la eternidad en ese Paraíso maravilloso que nos espera con Él.
Es necesario que siempre recordemos, que jamás olvidemos Su gran sacrificio, que solo se mide a Su inmenso e infinito amor. La bondad, generosidad, el amor y el perdón de Dios son sin iguales. Que siempre estemos en constante y perenne agradecimiento con Él.